lunes, 19 de octubre de 2009

Delirios de funeral


“Diana: se murió Mercedes Sosa, yo me voy para el Congreso al funeral, ¿tú qué vas a hacer?”, esa fue la frase con la que Jaime, mi compañero de apartamento me despertó. No sé en qué rincón de mi cerebro estaba, pero me tomó unos cinco segundos regresar, sentir la tristeza y decirle a Jaime, yo también voy.

Mis vecinos escuchaban ‘Gracias a la vida’ y en mi computador, la página del YouTube tenía una lista de reproducción de diez canciones de Mercedes Sosa. En realidad no podía dejar de pensar en lo trivial que estaba por venir. Cada persona contaría de modo anecdótico lo que estaba haciendo cuando se enteró de su muerte, lamentaría su pérdida en dos frases, cantaría unas cuantas canciones para aumentar su pena y después, continuarían picando la cebolla del almuerzo, no sin antes averiguar por los pormenores clínicos.

Ir a “hacer la foto” no me pareció menos trivial. A la entrada de Congreso, una fila de dos cuadras era la antesala para visitar el féretro. Algunos fotógrafos se quejaban de lo difícil que resultaba hacer una buena imagen porque la gente no lloraba desgarrada o no había carteles ni bochinche. Y yo caminaba desubicada preguntándome qué tipo de imagen debía buscar…la lágrima a punto de brotar o algo más simbólico y respetuoso, de acuerdo al sentimiento que tenía por “La negra” y por su trabajo.

Por lo demás, el momento en que ingresé al Congreso fue de temblor de rodillas y sudor de manos. Ingresamos veinte fotógrafos en fila india, subimos tres pisos por una escalera del siglo pasado, ventanales con vitrales. Y a mí me faltaba el aire, creo que los latidos del corazón me quitaron la fuerza en las piernas y tuve que parar. ¿Qué me pasaba? Dos segundos de quietud (los de seguridad me ‘invitaron’ a seguir subiendo) me permitieron entender lo que me decía mi cuerpo. Tenía miedo, impresión de tener contacto con la muerte, de verla de frente, de sacarle una foto.

Y a la vez, tenía la certeza de no querer utilizar el permiso de entrar al Congreso para sacar la foto-informativa-del-suceso como si la que estuviera en el cajón fuera un comodín, la primera página del diario de mañana, el hueco sentimental para llenarle la memoria temporal al pueblo.

Y bueno, un par de cuestionamientos del tipo: “creo que no sirvo para esto del periodismo” y después, el típico paso atrás, la hipocresía aterrizando en mí: ahí estaba, apoyando mi cámara en la baranda, apuntando al centro de flores, desconociendo las malas miradas de los familiares. Miré a mis nuevos colegas con sus chalecos y teleobjetivos, su rostro de ‘somos profesionales’ me tranquilizó y adopté su expresión. Sujeté la cámara, enfoqué, disparé.

Fue entonces cuando la ambición se me despertó, ya no sólo quería el registro del funeral, sino que quería una foto interesante. Acomodo y reacomodo. Escuchaba a los otros fotógrafos ametrallar la escena y yo me preguntaba, para qué tantas imágenes iguales, de repente se acabaron los cinco minutos concedidos a la prensa, salimos como una tropa estruendosa y en el primer piso vi a una mujer de luto quejándose ante un guardia: ¿Cómo habían dejado entrar a tantos fotógrafos? Y el guardia le respondía: Era necesario, Mercedes era de todos.

Y hoy, cuando estoy a punto de publicar este post, busco la carpeta donde dejé las imágenes de ese día. Podría decir como quien explica un milagro, que las fotos desaparecieron por intervención divina o fantasmal. Pero no, en medio de una confusión, las borré. Con lo cual, ya no estoy ante la situación de decidir si publicar o no las dichosas fotos. No, no fui tan ética como para aguantarme las ganas de mostrarlas; pero no lo dudo: me gusta que haya quedado así. Adiós y descanse en paz la pachamama.

Posteo la carta que escribió Fito Paez para despedir a Mercedes Sosa.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Del suspiro al ser



Dos de mis mejores amigas están embarazadas y van por el sexto mes. ¿Quiénes son ellas? Dos mujeres con realidades diferentes y expectativas que cruzan océanos. Una en cada orilla. La colombiana está feliz, orgullosa de sus mareos, echada en su cama, comiendo y obedeciéndole a su cuerpo que le demanda diez horas de sueño al día. No le preocupa. Hace cuatro meses estaba buscando un embarazo y desde la pubertad quiso ser mamá. Funciona con una lógica diferente: cuando me quejé hace par de meses de mi gordura, me dijo que no debía preocuparme, que esos kilos no eran más que la demostración de mi bienestar.

Mi otra amiga es la paraguaya. La que en marzo estaba desesperada preguntándose a qué se debería su mala suerte. La que se fumaba 20 cigarros al día y golpeaba a la puerta de su vecino el alcohólico cuando no tenía con quién tomarse unas polas. La veía tan cómoda en su vida que casi no pude creerle cuando me dijo que estaba cansada de encararla sola, de levantarse con una sonrisa para ir a un trabajo de mierda y regresar a su cama doble, a dormir sola. Estoy cansada, me decía. Y ahora, después de 23 semanas y dos días, sus dudas se despejaron. En realidad no sé si tanto sus dudas como sus incertidumbres. Tiene una certeza en la panza y problemas inmediatos qué resolver.

Una circunstancia une a mis amigas: las células se dividen con rapidez en su vientre, se duplica el ritmo cardiaco, mejoran los reflejos, aumenta la sensibilidad y el cuerpo les demanda incubar. Cada una viene de una esquina, una se fue de frente buscándolo, la otra se lo encontró. Y este es el punto en el que se juntan los caminos, creo yo, porque mis amigas venían de polos opuestos y ahora observo que sus conversaciones son monotemáticas y apasionadas: saltan del tema “qué nombre le pongo a mi bebé” al “no sabés lo que se mueve en la noche”. Los están esperando y por supuesto, los adoran. Agustina y Simón llegaron de esquinas diferentes de la existencia y ahora, la onda humana de sus mamás los hace hijos, pasaron del deseo y del encuentro a convertirse en lo más importante para estas dos mujeres.

martes, 6 de octubre de 2009

Mención en la foto del mes de ARGRAEscuela



Todos los meses la Escuela de los reporteros gráficos de Argentina, ARGRA, hace una selección de las mejores imágenes obtenidas por los estudiantes, para lo cual convoca a un editor en ejercicio. En esta ocasión Silvia Salinas, editora de fotografía del diario La Capital, de Rosario, fue la encargada de elegir la foto.

Y, oh sorpresa, esta vez el turno nos ha correspondido a los colombianos. La foto ganadora es la de mi parcero Carlo Iván Rodríguez (http://www.flickr.com/photos/bonappetit/) y en segundo lugar, estoy yo, con una de las fotos del reportaje del AMIA. Aquí va el link para el quiera ver la foto en su contexto ganador.

http://www.argraescuela.org.ar/new/fotodelmes.php

Posteo igual la foto, está en color, ustedes decidan si les gusta más así que en black and white.